La llave – Dezső Kosztolányi

Recientemente empecé, a manera de juego y práctica, a traducir historias de un libro adaptado de una manera sencilla a quienes aprenden húngaro.

El libro es: Novellák – Kosztolányi Dezső, que sería traducido a Cuentos cortos de Dezső Kosztolányi.

Les dejo la primera traducción (no literal) y espero que les pueda servir como entretenimiento o práctica.

La llave

Un muchachito de diez años se dirigió hacia el hombre que estaba en la entrada y le preguntó:
-¿Dónde está el departamento de tarifas?
-En el tercer piso, oficina 578.
-Muchas gracias – dijo el muchacho.

Partió hacia el gran edificio. Aquí todo era nuevo para el niño, grande y vacío.

Después allí estaba, en el tercer piso, pero no había oficina 578.
Fue hasta el final del piso una, dos, tres veces, pero nada.

Un par de minutos después vino un hombre viejo de cabello blanco y gordo, que tenía papeles en la mano.

El niño levantó el sombrero de su cabeza.

-¡Buenos días, señor Szász! ¿Sabe quién soy? ¡Pista Takács!
-Pista, ¿Ya eres un chico tan grande? ¿Qué buscas aquí?
-Busco a mi papá.
-Bueno, vamos. Te ayudaré a encontrarlo.

El viejo hombre partió. Iba despacio, como un elefante. El chico tras de él. El sombrero en la mano y muchas veces mirando de reojo al señor Bacsi. Pero el viejo sólo andaba, andaba y no hablaba.

En la puerta del 411, en vez de quedarse parados, entraron. Detrás de la puerta había una oficina, con muchas muchas mesas. En las mesas habían personas que estaban sentadas y escribían. Cruzaron la oficina y allá había una puerta más, detrás de ella un largo, oscuro y corredor. Sólo andaba, sólo andaba y al final ya estaban en otro nuevo edificio, donde los corredores no eran tan grandes, pero eran limpios e iluminados. Allá habían tres puertas, una de ellas con el número 578.

Aquí está – dijo el viejo – Adiós.

Pista esperó un poco, pero el viejo ahora también, lentamente, como un elefante, se iba.

Había una ventana abierta. El niño miró su reflejo en el vidrio. Ropa, cabello ordenado. Había polvo en su zapato, lo limpió.

Hasta ese momento nunca había estado en la oficina. En casa muchas veces oyó la palabra “oficina”. Su madre: “Pobre de tu padre en la oficina, siempre en la oficina.” La Oficina era una cosa grande y misteriosa para él. Pero hasta ese momento nunca había estado aquí. Su padre no quería que Pista vienese aquí. Siempre decía: “Una oficina no es un lugar para un niño”.

Su corazón latía estrepitosamente, cuando abrió la puerta 578.

En la habitación habían muchas muchas personas esperando, los trabajadores de la oficina se sentaban detrás de ventanas pequeñas. Pista fue hacia un hombre joven, que desayunaba.

-Busco a István Takács
-Se sienta a la izquierda – dijo un hombre joven. No miró a Pista, continuó comiendo.

Pista entró a la habitación del lado izquierdo. Allá había una mesa grande en el centro de la habitación. Pero su padre no estaba sentado allá, sino otro hombre que no tenía cabello.
Pero entonces vio a su padre también. Sentado en la esquina en una pequeña mesa. Vio su espalda.

Cuando ya estaba parado al lado de la mesa, dijo:

-Buenos días, papá
-¿Qué quieres? – preguntó Takács
-Mamá me envió aquí
-¿Por qué?
-Por la llave
-¿Por cuál llave?
-Por la llave de la recámara. Mamá dijo que probablemente, por accidente la colocaste en tu bolsillo y está aquí contigo.
-Siempre molestas. dijo Takács enojado. Se levantó y colocó las manos en su bolsillo. De ahí sacó una cajetilla de cigarrillos, un sandwich envuelto en papel, unos anteojos y algún papel.

-Nada – respondió enojado – no hay nada ahí. Deben buscar en casa.

Pista miraba la mesa. Era pequeña y vieja. Pensó en cuán más grande era la mesa del hombre que no tenía cabello.

Takács ya buscaba la llave en el otro bolsillo. Estaba muy enojado, y entonces le gritó al muchacho.

-¿Qué clase de ropas son ésas para venir aquí, a la oficina? ¡Y estás lleno de polvo, tu cara está sucia!
-¿Es tu hijo? – preguntó el hombre calvo
-Sí, lo es -respondió Takács- pero no es un buen muchacho. Siempre piensa en jugar, no en los libros, ni en aprender.
-Pero ahora es verano, ¡El recreo de la escuela! – dijo el otro hombre

Entonces del bolsilo de su pantalón cayó al piso la llave de la recámara.

-Allá está – dijo Takács a su hijo.
Pista la levantó del piso y ya se iba.

Pero entonces escuchó, como muchos hombres gritaban:

-¡Takács! ¡Takács!

Los hombres entraron a la habitación. Al final entró un pequeño y delgado hombre también
Takács se inclinó hacia él.

-¿Sí, señor?

El pequeño hombre le dio un papel. Había algo escrito en él, números.

-Takács, tráeme aquí esos papeles rápido.
-Sí, ya se los traigo, señor – dijo Takács, saliendo rápidamente de la habitación también.

Hubo paz. Los hombres volvieron a trabajar. Sólo Pista esperaba ahí. Por un par de minutos estaba parado al lado de la mesa, después tomó asiento en una silla y miró al jefe.
La cabeza del jefe era como la de un ave. Y entonces el jefe miró a Pista.

-¿Qué hace este niño aquí?
-El hijo de Takács – dijo un hombre de otra mesaHijo, ¿Cómo te llamas? – preguntó el jefe
-Pista Takács – dijo el muchacho, y se paró erguido.
-¿Vas a la escuela?
-Sí
-¿Y tienes buenas calificaciones?
-Sí, pero también malas. De latín y matemática.
-¿Y qué serás cuando seas grande?
-Aún no lo sé – dijo Pista – tal vez piloto.
-¿Piloto? – preguntó el jefe

Pista quería responder, pero entonces su padre llegaba de regreso. Traía los papeles al jefe.
-Señor, aquí están los papeles.Gracias – dijo el jefe, pero no los miró, sino al muchacho. – Conversé con su hijo – dijo y sonrió. – Un muchacho amable e inteligente.

-Sí, señor – dijo Takács alegremente. – Es un niño inteligente, en verdad – Miró a su hijo- Pistukita, ve a casa ahora, y espera a tu madre – y dale un beso.

Pista se puso rojo, se despidió de los hombres y partió. “Pistukita” – pensó. ¿Por qué lo llamó así su padre? En casa nunca le había llamado así. Después pensó en cómo la mesa de su papá era más pequeña
y estaba en la esquina, pero también en cómo en realidad, su padre era más grande que el jefe.

Pensó en eso, pensó en aquello, pensó sobre todo. Estaba feliz, pero asustado también. Fue a muchos lugares, abrió muchas puertas, pero no encontraba la entrada. Estuvo perdido por quince minutos, cuando finalmente vio la gran puerta del edificio.

El hombre en la puerta lo detuvo:

-¿Por qué lloras, muchachito? ¿Alguien te hizo daño? – preguntó.
-Nadie – dijo Pista y corrió hacia la calle.

Después sólo corrió, corrió a casa, con la llave en sus manos.

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