Esta mañana, coincidentemente con el Día Nacional de Hungría, tuve mi –segunda- primera clase de húngaro (La última vez mis clases duraron no más de 2 semanas. Soy, contra viento y marea, optimista a que esta vez será diferente).

Fue inevitable recordar uno de los relatos más memorables del comienzo mi estadía por tierras magiares.
Durante mi primer empleo en Hungría, en la primavera del 2017, solíamos almorzar en un parque cerca de nuestras oficinas. El clima nos hacía una invitación para recargar nuestros cuerpos con una dosis de vitamina D y distraer nuestras estresadas mentes al aire libre. El clima, lo suficiente cálido sí para salir sin una chaqueta, pero no tan caluroso como para tener la sudorosa sensación de formar una segunda capa de piel con tu camisa.
Por mi parte, comencé a desarrollar un terror descomunal e inexplicable que nunca antes había tenido a las abejas y los sonidos que éstas emitían al acercársenos. Para mis amigos nada menos que una escena irrisoria de un profesional gritando y corriendo por el parque mientras escapaba de las abejas.
Cerca del terror, de la comedia y de este parque, existe lo que mis colegas llamaban el “Meat Place”, un negocio dirigido por carniceros. Mis otros colegas, los colegas húngaros, lo llamaban “Hentes”. Un lugar donde se vende carne de cerdo asada. Lo más cercano que pude encontrar al chicharrón. Un manjar para mi ya acostumbrado gusto a lo adiposo.
Tiempo después de frecuentar este sitio pensé en innovar en la manera en la cómo pedía comida ahí. En húngaro, extremadamente original. Gracias a uno de mis amigos es que conseguí mi cometido de practicar por algunas horas el “Hola, una porción, por favor” en la lengua de los magiares. Mis otros colegas húngaros atinaban a corresponder mis esfuerzos con sonrisas y a veces unas carcajadas. Obviamente estaban felices de verme tratando de estar más inmerso en la cultura, lo que provocaba en mí la voluntad de practicar aún con más ansias.
Szia Husi, harapnalok. Szia husi, harapnalok. Lo tenía escrito en un papel al lado de mi teclado. Hola, una porción, por favor.
No fue hasta unas horas después, poco antes de partir a Hentes, por cariño y compasión de otra amiga que me fue revelado que lo que en realidad estaba diciendo era: Hola carnecita, me gustaría morderte.
Hasta el día de hoy no tengo ni un asomo de curiosidad de cuál habría sido la reacción del carnicero de 1.90m a tal –sentencia de muerte- proposición.
Agradecimientos especiales a mi entonces colega ítalo-húngaro: Vincenzo, por la original idea. Y a Lili, mi salvadora.
¿Recuerdas alguna broma que te hicieron al enseñarte otro idioma?