Bendita cera, bendita billetera

Finalmente le había hecho caso al peluquero de Oktogon. La verdad continué yendo con este peluquero por la recepcionista. Recordaba mi nombre y ponía reggaetón cuando estaba en la sala de espera. Unas sonrisas y chistes en un inglés masticado intercambiados antes de mi corte de cabello eran la cuota mensual para continuar visitando esta –este salón de belleza- peluquería, hasta el día que me dijo que dejaría de trabajar ahí. Al irse, una lealtad implícita (o tal vez costumbre) hizo que mis visitas se extendiesen a través de las siguientes cuatro estaciones del año.

Desde hace algunos años, antes de Budapest, decidí dejarme el cabello corto. Y no, a diferencia de varios amigos de mi entorno o de otros miembros de mi familia, yo no me estoy quedando calvo en lo absoluto. Es sólo que estoy acostumbrado a sentir la practicidad de un cabello bien recortado.

Finalmente le había hecho caso al peluquero de Oktogon, y fui a comprar cera para el cabello y para mi nuevo corte. No tenía la más mínima idea de qué era este susodicho producto. Y mucho menos de dónde conseguirlo.

Mis ya obtenidas compras de hoy resumidas en salsa barbecue, un desodorante y proteína para el almuerzo de mañana adquiridos en un Spar cerca del metro, terminaron en una tienda de cosméticos a la que siempre había visto de reojo, pero a la que nunca había entrado, para poder así encontrar la bendita cera.

Una puerta grande y transparente me da la bienvenida. Dentro, colores vivos que contrastan con mi ropa negra. Una transacción que al pasar cinco minutos de haber salido del establecimiento termina en la sorpresa de una billetera perdida. Nada en los bolsillos delanteros del pantalón ni en los infinitos bolsillos del abrigo. Susto. Correteadera. Mientras continúo con la esperanza de encontrarla en la bolsa donde guardo la carne regreso a la tienda de cosméticos. Desesperación. Paquetes de carne, la BBQ y un desodorante, y por supuesto, la cera desparramados en el piso justo debajo de la sección de shampoos. Le pregunto a la cajera: Nincs (Nada).

Regreso a casa mirando al piso con la atención que hace de lupa y echándole la culpa a la cera. Claro, como si ella tuviese la culpa.

Hace un año había cambiado la costumbre de dejar la billetera en el bolsillo posterior ¿Será que….? Sí, mi billetera descansando en mi bolsillo trasero. La excitación banal de un nuevo producto me había causado amnesia.

Con ustedes, la musa de la desesperación de hoy, y sus nuevos amigos.

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