¿Rakos rende qué?

-Hola, ¿Tú hablas inglés?

Un acercar tímido de  mi parte mientras camino por la acera llena de nieve precede a mi pregunta.

-Sí, un poco
-Genial, quería preguntarte, ¿De casualidad sabes cómo puedo llegar de aquí a la estación de Nyugati?
-Oh, digamos que es un poco complicado
-¿En serio?
-Sí, tendrías que caminar hasta que llegues a una plaza, de ahí tienes que tomar el tranvía en dirección a Lehel Tér, y entonces es que tendrías que tomar una línea diferente para llegar a Nyugati…
-¿Entonces quieres decir que no podría solamente tomar el tren que va de aquí a Nyugati?
-Oh sí, el tren, ¡Sí! Sí, solo necesitas caminar hasta esa parada por allá y tomarlo. Oh, había olvidado el tren.


Me responde sonrojada mientras comienza a reír. Su risa avergonzada es tierna. Simula una especie de hipo entrecortado en medio de inhalación y exhalación.


En realidad, habíamos estado parados al lado de la línea del tren desde que empezamos a conversar.


Continúo.


-Sí, en realidad te preguntaba porque no estoy seguro dónde es que puedo comprar el ticket. Compré solo el de ida y no el de regreso.


Una postura más relajada a mi presencia se empieza a proyectar en ella. La reticencia que emana su semblante se empieza a disipar. Simultáneamente, las risas por su respuesta y sugerencias previas continúan al responderme.


-Oh, puedes comprar un ticket nuevo en el tren. No es un problema. Pero, ¡¿Qué es lo que estás haciendo aquí?!

Me dispara de vuelta con una expresión de asombro.


Estamos parados al lado de la línea del tren, y a la vez al lado de la estación Rákosrendező. Pero ese edificio parece cualquier menos una estación de tren. Su estructura es similar a las casonas antiguas de Tacna o Arequipa en el sur de Perú. Pero hay algo que me llama la atención sobremanera, su fachada.

La pintura que le cubre es vieja, pero está forrada de grafitis. Las luces, apagadas por dentro, le regalan un aspecto tétrico. Y en lo alto,  letras clavadas de un nombre que reafirman lo que Google grita desde su aplicación de mapas. Se lee: Rákosrendező. Como afirmando: Sí, aunque no lo creas, ésta sí es la estación.

Comienza una secuencia de incredulidad que intercala mirar el edificio, Google Maps, y el edificio de nuevo.


Parece que una de las letras está a punto de caerse mientras la observo.


Había llegado ahí después de meses de haber estado en comunicación con Mónika, quien vendía dos perlas literarias que no pensé jamás que encontraría por aquí. Un libro en español de García Márquez y otro de Vargas Llosa.

En este tiempo solía dar una ojeada a los puestos móviles que venden libros usados en las esquinas de algunos distritos. Normalmente me dirigía a la sección de libros del extranjero. A veces en francés, a veces en italiano. A veces libros en buen estado, a veces no. Una vez me encontré un libro de recetas que parecía tener la firma del autor. Al haber en esa época empezado a vivir en Budapest realmente no conocía lugares dónde encontrar otras obras.

Para mi sorpresa, no sólo los libros estaban en español, sino también todos los mensajes intercambiados de Facebook Messenger antes de realizar la compra. Su español, uno muy pulcro, con tildes y hasta con eñes.


Y es que en ciudades y países donde el flujo de personas que llegan y se van es constante, es común encontrar grupos en Facebook de todo tipo. Intercambio de idioma, storytelling, club de deportes, grupos de actuación, alquiler de departamentos, clases de baile: salsa, kizomba, tango, etc. Grupos de artículos de segunda mano enfocados a libros, para mi suerte, no son la excepción.


Ya que Mónika, mi proveedora, no vivía en la ciudad, pero sí su hijo, fue él quien me citó en este nuevo barrio para mí.


Llegar fue rápido, más demoró el proceso de compra del ticket y encontrar la plataforma de donde partiría el tren.


El reloj marca sólo las cuatro y cincuenta cuando bajo a mi destino. Mi primera reacción al ver el lugar oscuro y desolado, enviar un dramático mensaje de voz a mis compañeros de piso brasileños, explicando a dónde fui, con quién me encontraría, una foto de la estación, la localización por Google Maps, y qué hacer con mis cosas en caso de que haya sido secuestrado y mis órganos vendidos. La considero una reacción de miedo-sorpresa normal, respuesta análoga al “Ésta es una ruta más rápida, joven/señorita…” de parte de un taxista en Suramérica cuando le dices que no reconoces el camino que te lleva a tu destino. Las generaciones más jóvenes que no tomaron un taxi sin poder usar GPS nunca sabrán lo que era esta sensación.


Inverosímilmente para mí, lo más peligroso que experimenté esa noche fue la posibilidad de no lograr comprar lo que quería en un kiosco de una esquina. La combinación de mi ignorancia de la palabra “chicle” en magyarul fue el detonante de tal peligro, pero la interpretación por medio de gestos: un ojo cerrado y una boca que imita el rumiar de una vaca fueron mis aliados para comunicarme con una anciana que atendía en esta tienda.


Por contradictorio que nos pueda parecer a cualquier latino, pude corroborar que una escena oscura, calma y deshabitada, no necesariamente implicaba que sea una zona peligrosa. Ya había escuchado de amigos que al llegar a dos o tres de la mañana a sus pocas alumbradas calles, lejos de encontrarse a un ladrón se encuentran a ancianos de apariencia de 60 ó 70 inviernos encima, paseando tranquilamente a sus concomitantes cuadrúpedos y sin miedo alguno.


Encontré el punto de encuentro. Un edificio colosal que ocupa casi la mitad de una gigantesca cuadra. Transacción de un hola-dinero-libro-gracias-chau que tomó no más de 2 minutos.


De nuevo en la estación de tren respondo a mi nueva amiga. La conocida desconocida de la cual no puedo recordar su nombre. Después de haberla interceptado, saludado y después de la tercera vez intentando emular el sonido de su nombre desisto, con un “Ah, vale, entendí” y una sonrisa.


-… ¿Y qué es lo que estás haciendo aquí?
-De hecho, vine aquí para comprar estos libros. Los autor…
– Ohhh, ¡Ése es tu tren! ¡Tienes que llegar al otro lado a tiempo! ¡CORRE!
-Gra….
-¡Adiós!
-¡Adiós!


Ya en el tren, tras nerviosa, pero exitosamente haber adquirido un ticket a Nyugati, pienso: Al parecer es hora de conocer nuevos barrios, distritos y tal vez, idiomas, en esta ciudad de los puentes.  

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Actualizado en Abril del 2020


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