Instrucciones de lavado y secado. 1) Escoja el programa. 2) Inserte importe. 3) Presione “start”. Y pequeños carteles azules debajo de las indicaciones generales “No inserte detergente. Ya viene incluido en el sistema” “Si lo requiere, escoja la opción de centrifugado” y la última “La puerta se puede abrir. VIGILE SU ROPA”.
Esa mañana había ido a la lavandería cerca del hotel donde estaba hospedado en Madrid. Cerca de este hotel, al lado, están las torres de Bankia. Les llaman la Puerta de Europa. O bueno, eso dice Internet.
Estación de Plaza Catilla. Caminar hasta que di con el lugar con el que ya había dado días anteriores. Me pongo a releer los carteles “…VIGILE SU ROPA”.
Creo que antes hubiese dejado mi ropa macerándose y cocinándose en lavadora y secadora respectivamente mientras salía y volvía.
Pero no ahora, había perdido la confianza. Ya no existía esa tregua social implícita en mi cabeza.
Déjenme explicarles. Siempre me sentí muy seguro en los países a los que viajé por Europa. Tal vez suerte, tal vez no. No me había dado cuenta que durante esos casi dos últimos años, había estado perdiendo la “pendejada”. No, para los que no conocen Perú, la pendejada no está relacionada con ser tonto o estúpido, por el contrario -al menos en su mejor denotación, porque cuenta con variantes- la pendejada, es una idiosincrasia relacionada a la criollada, a ser vivo, mosca, rápido, sagaz. Astuto.
Y el cómo había perdido esa confianza inicia así. Había salido con un amigo chileno, al que le diremos “El Catalán”, al centro de Madrid. La fiesta había terminado y él se apresuraba a su importante cita de las 3 de la mañana. Mira que hasta le habían enviado un taxi a la puerta del bar en el que estábamos. Esa mujer le había ya regalado una batería portátil, y le había conseguido alojamiento en su próximo destino.
En fin, como el Catalán se había ido y a mí nadie me había enviado un taxi a que me recogiera, fui rumbo a “casa”, el hotel.
Una ensalada de idioma español, sazonada con distintos acentos al pasar por las calles para llegar a la estación de metro. Españoles del norte, del sur, ecuatorianos, argentinos, venezolanos, colombianos, cubanos, etc.
Logré entrar a la estación de metro, a pesar de que abría de nuevo, formalmente, a las 6 de la mañana.
Me siento en un banco frente a las vías. 120 minutos de espera aproximada. Frente a las vías, al otro lado, un hombre sentado se pone los auriculares.
Yo, sentado también. Una cabeceada con los ojos semicerrados. Estoy cansado. Otra cabeceada. Pasan 2 tipos que me miran y pasan de largo.
Tercera cabeceada. No sé cuánto tiempo transcurrió desde esta cabeceada hasta cuando abrí los ojos de nuevo. Pero cuando lo hice un nuevo personaje aparece en el panorama. Esta hurgándome los bolsillos del pantalón.
Estaba, afanosamente, enfocado en el bolsillo que contenía mi celular. Un HTC usado que me obsequiaron en Perú. En el otro bolsillo se encontraba mi billetera, conteniendo mi DNI, el dinero que cubriría la estadía en Madrid por 3 semanas y mi permiso de residencia húngaro.
Como si fuese en cámara lenta le grite: ¿Y tú que mierda? al mismo tiempo que una combinación de golpe, empujón y patada le llegaban encima.
Fue automático: Peligro.
Palpar mi cuerpo dos veces para ver si tenía todas mis cosas, mientras al mismo tiempo no dejo de tener la mirada puesta en él.
Es usual, en Suramérica, que en situaciones de robo haya algún arma de por medio.
El tipo me miraba, y me decía “Perdón, perdón” mientras que, luego de decirle perdónadafueraconchatumadre en un peruano fugaz, se le escapaba un inicio de sonrisa.
¿Es que ese tipo estaba loco? Se fue.
Recordé un credo que solía tener. Y es que al viajar (y tal vez al vivir) no hay que tener miedo, pero sí, cuidado.
El olor a ropa sucia mojada, vapor caliente que apaña las ventanas de la pequeña lavandería.
Me faltan monedas para la segunda tanda de ropa. Un par de tipos sentados en la esquina del local me siguen con sus miradas. Sus ojos, atentos, como intrigados en si desistiré en lavar mi segunda tanda o dejar mi ropa mientras salgo a buscar cambio.
Regresare después.