Esa mañana había ido a la casa de Jonatas a recoger una aspiradora, necesitaba hacer algo para arreglar ese piso. Llevaba meses ahí y nunca había aspirado la alfombra de la habitación en la que me quedaba, sospechaba que tampoco había ocurrido con el anterior ocupante del cuarto. Sí, la procrastinación.
Vivía en un edificio a unas cuantas cuadras del mío. En la puerta principal 10 timbres con nombres distintos en cada uno de ellos, ninguno era de él, sino de los dueños de estos apartamentos. El suyo –como el mío, y el de muchos- era un apartamento alquilado.
Me metí en el ascensor. Sentirte en una caja de zapatos, esos ascensores suelen ser demasiado pequeños. Lo único que se compara a su tamaño, es su antigüedad. Como es de costumbre pensaba en qué pasaría si el ascensor se caía. Una vibración sacude el ascensor, se abren las puertas. Llegué.
Empiezo a conversar con la flatmate española de mi amigo. Comienza: Me gusta hablar de política y también me gusta escribir… Entonces, ¿Eres de derecha o de izquierda?…Me puedes enviar el link de tu blog… Entra Jojo a la sala. Tô pronto: bora?, dice. Bora, le digo.
Ese día en casa no era sólo importante porque aspiramos mi alfombra, sino porque celebrábamos el regreso de una amiga. Permítanme reformular la frase. Festejábamos el retorno a casa de una amiga. Tainara había planificado un almuerzo y había invitado a mucha gente, gente que yo conocía, gente que no, gente que conocería ese día o tal vez en el futuro no muy distante.
Nosotros, felices, accedimos a esta feijoada de despedida.
Pero no serían la aspiradora (y el repentino corte de luz en casa que provocó) o la feijoada, las razones por las cuales, específicamente mis flatmates y yo, recordaríamos este día.
Llegamos a casa. Frejoles negros, cerdo, cebolla, ajo, pimienta y farofa en la mesa de la cocina. Paso a saludar a los tres individuos cocinando, y a los otros seis con la poco convincente actitud de ayudar, y aún están sentados alrededor de la mesa.
Diez. Veinte. Treinta. 2PM. Pronto hay en casa aproximadamente cuarenta invitados. Música desde la sala, fumadores en el balcón, conversaciones que se escapan de la cocina. Dos guitarras suenan al mismo tiempo con diferentes canciones. 3 PM. Una fila sale de la cocina y llega a la sala, donde hay otro grupo bailando. Les preguntan ¿Ya están sirviendo la comida? Sí. Se meten a la fila también, olvidando que Leonardo acaba de pedir su canción favorita. Leonardo se hace el loco y se mete a la fila también. Todos comiendo con sus platos y cubiertos de plástico, buscando dónde sentarse. Algunos se rinden, se sientan donde pueden en el suelo. La feijoada está buenísima, o al menos es lo que creo, es la primera que pruebo ¡Qué éxito de almuerzo dominical!
En el balcón:
–Wow, this house is super dirty, it looks like the people who lives here do not clean the house at all. Ewww look at that, it is full of dust in the floor and furniture. Dice una húngara.
–This is my house…, responde Bruno.
La puerta de la casa se abre. Un sonido extraño entra, son gritos, y gritos en húngaro. Una vieja de como 60 años que nunca antes había visto en mi vida entra a la sala. Estoy casi seguro que ella no está invitada al almuerzo. Lleva un bastón metálico, un moño, una chompa (o jersey) y de esas medias largas que usan las señoras que van todos los domingos a la misa de las 9 AM. No sabemos qué quiere, pero una intérprete húngara –la que nos acababa de decir puercos- se acerca a ella a conversar, posteriormente, a discutir acaloradamente. La vieja se va.
-It was your neighbour, nos dice, she didn’t like the noise, but I explained to her it was just a lunch
-Ahhh, ¿Entonces ya está tranquila?
-No, not at all, she got fucking irrespectful and even said she was gonna call the police!
-Mierda, felizmente la pudiste disuadir
-No, I told her that if she wanted to call them, well, be it!
-¿Pero qué…?
-It’s ok, there’s a law here which says it is ok to make noise if it is not 10 PM yet
-Ohh, entiendo.. Eh… Gracias entonces
Continuó el almuerzo por no más de una hora. Sirenas fuera del edificio. Tocan la puerta. Están buscando a los que viven aquí, gritan. Salgo, “El gordo está borracho, así que yo me encargaré de hablar”, pienso. Un hombre y una mujer. Ambos con kepi y uniforme azul, un chaleco con franjas naranjas y amarillas fosforescentes. En el centro de su uniforme se lee: Rendőrség. Rendőrség es policía en húngaro.
Intento conversar con ellos. No hablan inglés. La duda de si buscar o no a un nuevo intérprete empieza a rebotar dentro de mi cabeza, cuando a mi lado una voz femenina me pregunta si necesito ayuda en la lengua de Cervantes. ¡¿Hablas español?! Le digo a otra húngara con la que hace un rato conversaba inglés. Asiente con la cabeza. Frases que seguían este orden: húngaro-español-español-húngaro desfilan por la puerta de mi casa… Dicen que la ley de no hacer ruido después de las 10 ya cambio, ahora aplica durante todo el día…
Tengo dos situaciones, no tan agradables, en las que deseé hablar y entender un idioma.
Alrededor de las 7 de la noche, mi primer verano en Budapest, venía comiendo un pedazo de pizza por la calle, lo acaba de comprar en una pizzería barata de una avenida por la que pasa el tranvía 4-6, “Pizza King”. Por la misma vereda caminaba esta chica, no estaba borracha, lo notaba en sus movimientos y también lo podía ver en sus ojos. Pero en estos ojos también podía ver algo más mientras se iba acercando a mí, rencor. Tendría alrededor de unos 25 años, mi edad. No la conocía, era tal vez mi segunda o tercera semana en Budapest. Empezó a gritarme en húngaro y luego hizo el ademán de empujarme poniéndome ambas manos en el pecho. Una lata de Pepsi en mi mano izquierda, un pedazo de pizza en la derecha. Continuó gritando. Parada frente a mí, mirándome directo a la cara hasta que se cansó y siguió su camino. No me conocía, no le había hecho nada malo, pero mi presencia (o lo que representaba) la incomodó. Fue la primera vez que la xenofobia se presentaba conmigo. Saqué dos teorías, o acababa de ser testigo directo de una expresión xenófoba-racista, o tal vez esta chica no era partidaria de la comida de Pizza King.
La segunda vez, fue la que menciono en el texto de arriba, la que desembocó en Rendőrség tocando mi puerta. A veces me encuentro a la señora, la vieja, la vecina, en las escaleras, le sonrío y le abro la puerta, la verdad no le tengo rencor. Un amigo que se quedó en casa por unos días me contó que hasta le ayudó con las bolsas del mercado sin saber quién era. Pero pienso ¿Qué hubiese pasado si yo hablase el idioma del lugar donde vivo?
¿Y tú tienes alguna anécdota buena o mala en la que te hubiese gustado hablar el idioma del lugar en el que estabas?