Frente a mí, una bandeja, un rectángulo de plástico que contiene un pedazo pequeño de pan, mantequilla, un mini-recipiente con fideos y pollo a cuadros con salsa de champiñones, cubiertos blancos de plástico (parecen de juguete) y en la esquina otro mini-recipiente con ensalada (éste último ni lo toqué). Es la comida con la que nos provee la aerolínea al haber ya partido el avión.
Miro hacia abajo y veo mi cuaderno de apuntes, un lapicero y una barriga con notoriamente kilos de más que no tenía al partir a Europa.
Previas horas, como buen latino que llega a última hora a los compromisos sociales, pero con 4 ó 5 horas de anticipación para esperar un vuelo, me encontraba recorriendo los laberintos del gigante aeropuerto Barajas.
-Señorita, señorita ¿Tiene un minuto?
Le preguntaba yo a una española que jalaba su maleta apresurada. Tendría ella alrededor de unos 40 años y era muy bonita.
No sé qué efecto tuvieron estas palabras en ella, que giró automática y alegremente a responder mi pregunta. Parecía contenta del título que le había otorgado.
-¡Hola! Claro, te ayudo.
-Excelente ¿Sabes cómo puedo llegar al T1?
-Sí, tienes que seguir derecho, vas a ver que al final está en construcción, pero giras a la derecha, y sigues la señalización.
-¡Gracias!
Llevar un par de días de escala en Madrid y sin mucho presupuesto se convirtió en el escenario perfecto para probar la aplicación de Couchsurfing en mi celular. El resultado, reunirme con 6 nacionalidades viajeras en el lmitado periodo de 8 horas de un día. Unas bebidas en un bar con una irlandesa y una americana por la mañana. Paella con otros 5 países por la tarde (Chile, España, Ucrania, Italia, USA).
Aeropuerto otra vez. Pasar migraciones, recolectar su sello y trapasar una tienda con precios ridículamente altos para llegar a las puertas de embarque ¿Relojes de 900 euros No, gracias, tal vez de regreso.
Ahora, la eterna espera. Caminar al lado de los escaparates de las tiendas del aeropuerto, de las que personas que las atienden, memorizar insconcientemente los caminos, las escaleras, los pisos, las paredes.
Ver los precios escandalosamente caros de nuevo. Comenzar a sentir hambre. La Coca Cola helada y el sándwich en el escaparate de la cafetería de la derecha me están mirando, como llamándome. Lamentablemente no les puedo corresponder ¡Mi mochila! Saco un pan con jamón y queso que preparé en el departamento en el que me estaba quedando. Satisfice la necesidad. Aún quedar 3 horas para el viaje.
Sigo deambulando por las callajes y pasajes del Barajas. Una luz verde que tintinea en la pantalla anuncia la puerta del vuelo LV 275 a la ciudad de Lima.
Me dirijo a la puerta de embarqu, al parecer, y felizmente, no es tan tarde para nosotros. Veo cómo las trabajadoras de la aerolínea hacen el último llamado a los pasajeros que no subieron aún al vuelo anterior en la misma puerta.
Una familia apresurada empieza a correr gritando que los esperen. Una de las trabajadoras mira con cara de desdén y antipatía a la otra en la puerta, gira hacia la familia, y les sonríe, ayudándolos con sus tarjetas de embarque y equipajes.
Yo observo todo desde los asientos.
Qué suerte que tienen ¿No?, le digo a una mujer que está sentada a mi costado.
Se despega del celular por mi inesperada pregunta, me mira, mira a la familia, me mira de nuevo.
Sí… qué suerte. Responde sorprendida. Como si estuviese atolondrada por un golpe de realidad que le acabo de dar.
Se agacha de nuevo, es española, lo veo en el pasaporte que sostiene entre sus manos. Me empiezo a fijar a mí alrededor.
Pasajeros sentados que me hacen recordar a mi país y a nuestros rostros indígenas. Viviendo en el extranjero es que pude finalmente percatarme cada vez que alguien mencionaba “cara de peruano” que, en una gran mayoría, tenemos un rostro particular.
Presto más atención, y mientras nos llaman para el vuelo y empezamos a formar fila, cuales hormigas al hormiguero, me percato que casi todos -si no es todos los que me rodean- portan no el pasaporte guinda oscuro que esperaba ver, pero un pasaporte con tonos más rosados, y de origen español.
Caigo en cuenta que son los emigrantes peruanos que ahora residen en España, y que gozan de los beneficios de su ciudadanía. Me quedo sorprendido por el porcentaje.
Entro al avión, espero, recibo la comida. Mientras la termino pienso que estoy a punto de viajar en el tiempo, a punto de ir unas horas en el pasado. España está a 7 horas delante de Perú en el tiempo medio de Greenwich.
Muy interesante… algo con lo que todos nos podemos relacionar como latinos y sentir muy identificados
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Hola Caz. Sí, y lo interesante es la facilidad de asociar vivencias y pensamientos entre los latinos que vivimos fuera de nuestros países.
¡Saludos!
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Hacer espera previo al viaje de regreso luego de haber estado en otra ciudad, tal vez muy diferente, tal vez con una cultura que hace a uno sentir muy lejos de casa. Encontrar en la zona de embarque a personas de tu ciudad, o de tu país; sentir una sensación extraña con personas completamente desconocidas, pero que de alguna manera generan un vínculo nostálgico por el simple hecho de haber nacido en el mismo lugar que uno. No sé si sea común; esa sensación es como sentirse ya en casa, incluso antes de partir.
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En efecto, amigo.
Al escucharlos hablar, la jerga que usan y también la forma en la que se expresan te hace recordar casa de una forma increíble. Personalmente, la sensación fue mucho más fuerte al llegar al aeropuerto de Lima.
Saludos
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