Hainke. Ése era su apellido germánico. En ese entonces, 2014, mi familia y yo no estábamos adaptados al concepto de ofrecer un lugar para dormir a un foráneo que aún no conocíamos.
Yo tenía 20 años. Con esos lentes “hípster” propios del mismo año 2010, cabello ondeado y medidamente largo, delgado, y absolutamente nada de barba, podría decirse que tenía la maldición –que hace poco desapareció- de guardar la eterna apariencia de alguien de 15 años.
Obviamente, en este tiempo, no vivíamos en mi propia casa, sino en la de mi madre. Vivíamos con mi hermana en un decente departamento dúplex. El primer y segundo piso del edificio le pertenecía a los dueños anteriores. El tercero y cuarto los compró mi madre, después de años de haber estado pagando alquiler en otro distrito de la ciudad, Cayma.
En el 2010 empezamos a vivir en este departamento. Fue amor a primera vista. Un departamento moderno, habitaciones con roperos propios, y sobre todo muebles, cerámicas y paredes que combinaban. Sí, señores, combinaban. Como si hubiesen sido destinados a existir en el mismo departamento. Era la primera vez que nosotros, mi hermana y yo, escolares de 11 y 15 años, veíamos algo así, por lo que hablábamos extasiados con la esperanza de poder vivir ahí con nuestra madre.
Foto referencial
Años después (2014) su servidor, ya en este departamento, llegó con la idea de hospedar por 1 mes y medio a voluntarios del extranjero que llegaban a hacer trabajo social por medio de una ONG en Arequipa, la ciudad en la que vivíamos.
Stephanie Hainke fue la primera de casi una decena de voluntarios que mi familia hospedó con el tiempo.
Era el comienzo de una común noche de verano en Arequipa, lluviosa.
Andrés, a quien aún no conocía en ese entonces la trajo a casa desde el aeropuerto. Llevaba unos años de voluntario en la ONG.
Llegaron en un pequeño tico amarillo, de esos pequeños taxis de los que está lleno todo rincón de la ciudad.
Al escuchar llegar el pequeño vehículo bajé las escaleras para recibirlos. Andrés fue el primero en bajar del taxi. Llevaba puesta una de esas chompas (jerseys) que los turistas siempre compran al llegar a Perú. Un bohemio más, pensé.
-Hola ¿Eres Renato?
-Sí, soy yo.
-Ella es Stephanie. La fui a recoger del aeropuerto. Ahora se quedará con ustedes.
-Ohhh, gracias.
Así, un momento insípido, no hubo mayor interacción en ese punto, mas que la presentación con ella.
Alemana, de ojos y tez clara, y con el cabello oscuro. Hablaba español, pues había estado un tiempo viviendo en Argentina.
La saludé, mientras bajaba del taxi y la guié por el camino de escaleras hacia la entrada. Horas después llegaron las señoritas de la casa a conocerla.
Llegó un día a casa por una tarde que ya parecía noche. Traía a una amiga suya consigo.
Sang Ah era su nombre. De origen coreado, pero criada en Estados Unidos.
Oportunidad perfecta para practicar. Un masticado inglés salía de dentro de mi boca, mientras ellas untaban mermelada en un pan con mantequilla.
-… How are you?
– I am fine, bit tired since we just got here from a long walk. We also worked so much today. And you?
-… I am fine Where are you from?
– I have Korean origins, but got raised in America, my family lives there.
– … I am from Peru.
Desastroso, pensé. Pero una de las primeras veces en las que pude practicar el idioma anglosajón.
Mi madre fue la más cercana a Stephanie pues a veces se sentaban juntas a tomar mates y conversar. Desafortunadamente, ella tuvo que volver a Argentina 3 semanas después de haber estado viviendo con nosotros.
Insospechadamente, y a través de los años, mi mamá, mi hermana y yo adaptamos como una costumbre en nuestro hogar el hospedar a voluntarios internacionales, y así conocer gente de otros países.
Por supuesto, hubo una metamorfosis interesante en la forma de pensar de mi familia. Mi madre, por ejemplo, era un poco escéptica a la idea en sus inicios.
Pasó de: Pero hijo, no lo sé, todos los extranjeros son drogadictos, es peligroso.
A un: No, Renato, ya no hay comida para ti, Leito se comió tooodita la olla. Pobrecito, estaba con hambre, luego le preparé un encebollado. A él le encanta eso, no como a ti.
Han pasado años desde esos episodios, ya no vivo con mi mamá o mi hermana, dos brasileños son los que ahora ocupan el lugar de casa y familia, el lugar donde se comparten alegrías, tristezas, logros, preocupaciones, aspiraciones y frustraciones
Agosto 2018, ya no hay pequeñas calles en las que al levantar la mirada te enseñan como en un cuadro a 3 poderosos volcanes rodeando la ciudad. En cambio, al ver la realidad desde la ventana de la sala, veo el barrio 6 de Budapest, bloques repletos, desbordados de edificios contiguos uno al lado del otro, como en un rompecabezas. Se miran, parece que se conocen por muchos años. Tienen la mayoría de ellos 7 u 8 pisos de altura.
No hay más voluntarios internacionales en casa, pero ahora hay viajeros de diferentes lugares. Usamos ahora Couchsurfing.
“Lovags, se declara abierta la temporada de Couchsurfers” fue una de las frases que se pierden en las habitaciones de nuestro apartamento.
Ésta es la primera vez que yo usaré la plataforma de Couchsurfing. Hospedaremos a dos hermanos argentinos.
Estuve viviendo dos meses en Argentina, en casa de un sanjuanino que me hospedó por ser voluntario en una ONG en Tucumán.
No es ni cerca de devolver el favor a quien me hospedó, pero me agrada pensar en las redes internacionales que se forman y refuerzan a partir de darle la mano a otro viajero.
Unos dicen que es extremadamente difícil conocer todo el mundo, lo cierto es que cada persona es un mundo. Y conocer a otra persona, a través de intercambiar historias en un sofá de tu casa, es el primer paso a un universo de distintas posibilidades.
Desde mi propia experiencia, el abrir las puertas de mi hogar y en un muy superficial resumen, me dio un primer contactos con amigos del extranjero, me ayudó a practicar el inglés que ahora me sirve como primer idioma donde trabajo, me permitió conocer y ver otras maneras de trabajar, me ayudó a encontrar guías y familias locales al llegar a otro país u otra ciudad; y no menos importante, me dio la forma en la que ahora vivo.
Bonus track: Joven Remi en un tico (particular manera de llamar ese tipo de taxis en Arequipa) amarillo.
Mi querido Renato, qué orgullo leer tu artículo. Cómo esos edificios que en tus propias palabras parecen ser rompecabezas gigantes, puedo leer cómo tú vida también lo es…. Pero la tuya, por estas causas y azahares de esta vorágine llamada vida, es un rompecabezas de piezas de muchas partes del mundo, ergo, como coleccionista y aficionado los rompecabezas, he de decirte que sólo por ese detalle, tu rompecabeza (metáfora de vida) será más rico y bello que el de millones de pesonas alrededor del mundo que tienen rompecabezas “más pequeños” y de un sólo tipo de “material”, pueden ser igual de bellos, finalmente cada uno tiene su propia magia… Creo que finalmente, al igual que tu en tan simpático relato, quiero decir que si deseas enriquecer tu vida, abre las puertas de tu casa a esas personas que vienen a conocer otros” romoecabezas” a este hermoso rincón del sur del Perú. Abrazo querido ex alumno, hoy colega.
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Gracias querido Alfonso,
Es una gran alegría saber que una pieza para mi formación tan importante como tú está leyendo uno de los artículos que escribo.
Que todo te vaya bien, y espero leerte, o sino encontrarte pronto de nuevo en esta parte austral del país.
¡Saludos!
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