Trabajábamos todos en la misma empresa. No, una no. Una era amiga cercana del grupo y compañera de piso de uno de nuestros colegas. Jóvenes de Hungría, Serbia, Rumania, Brasil, Colombia, México y Perú. 7 países en total, de 2 continentes distintos.
Nos encontramos temprano en una de las dos estaciones de tren de la ciudad, Keleti Pályaduvar. En realidad, no era tan temprano, pero lo suficientemente para considerarlo así para una mañana de resaca después de un viernes de cervezas. La noche anterior salí con los Lovags y dos americanas que estábamos hospedando por el fin de semana. Couchsurfing y hospedar a personas es parte de un ritual bisemanal para uno de mis flatmates.
-Los voy a estar esperando frente a la puerta principal de la estación – Decía Daniel, nuestro anfitrión.
Quedamos en encontrarnos a las 9:30 como máximo. Son las 9:36
Ya estamos llegando. Estoy a 3 paradas. No puedo hallar la puerta principal. Diferentes formas de nuestros amigos para decirnos que aún no estaban ahí.
Este final de semana iríamos a la ciudad natal de uno de nuestros colegas húngaros, Szombathely. Conoceríamos a la familia Varga y pasaríamos el final de semana ahí.
Llegué. Después de algunos minutos de escuchar el sonido del metro debajo de nosotros, el tráfico con todos los colores y tamaños de sus autos, ver cardúmenes de personas que nadan hacia afuera y hacia dentro de la estación, finalmente nos encontramos.
En ese momento somos sólo tres chicos y dos chicas. Todos tienen ropa cómoda, están pues, preparados para viajar. Yo llevo un pantalón de esos que se usan en el gimnasio, una camiseta sin mangas, unas zapatillas y un gorro para atrás, parezco preparado para una pichanga (un partido de fútbol en Perú).
¿A cuánto tiempo está Szombathely de aquí?, pregunto.
Aproximadamente dos horas y media, me responden (No, al parecer no todas las ciudades están a 1 hora de la otra aquí en Hungría).
Genial, aprovecharé para dormir lo que no dormí esta noche, pienso. “Vamos a comprar los tickets” digo.
Nos agrupamos, y Daniel, nuestro anfitrión empieza a digitar nuestros datos en esa misteriosa caja amarilla llena de caracteres que parecen reunidos aleatoriamente.
Tenemos todos nuestros tiquetes. Una hoja blanca con tinta negra encima, palabras en húngaro que nunca había visto en mi vida, y si las vi, no las recuerdo porque no tengo idea de qué significan. Sí, el húngaro, es un idioma complicado. Como ellos mencionan, el tercer idioma más difícil de aprender en el mundo.
Al parecer algunos de nuestros colegas viajan en vagones diferentes. Nos separamos nuevamente antes del tren partir. Mi vagón ya está repleto de húngaros.
Dentro de nuestro vagón veo cómo una de las puertas automáticas se abre y se cierra al estar los pasajeros entrando. Pero parece extraña, rara. Parece sacada de esas películas de naves espaciales de los 90. Debe ser que no estoy acostumbrado a tanta tecnología, pienso. Al ser mi turno de atravesar la entrada, la dichosa puerta se cierra en mi cara al punto de casi arrancarme los lentes, la empujo, todo está bien. Miro hacia adentro y una muchacha húngara se ríe de ello, comienzo a reír con ella. Sigo caminando y encuentro mi asiento, no estoy sentado con mis amigos, pero al menos estoy con 2 señoras húngaras que parecen buena gente, una sonrisa se dibuja en el rostro de una de ellas al verme asintiendo hacia ellas con la cabeza. Me siento en el número 19, al frente mío, la sonriente señora, ve que ambos, ella y yo, estamos incómodos al no saber dónde meter los pies. Como quien dice ¡Eureka!, su cara se ilumina, me busca con la mirada, y mientras señala nuestros pies, primero el suyo, luego el mío, el suyo, el mío, me dice: One, two, one, two. La sigo, con el movimiento de mis pies ¡Hemos descubierto como viajar más cómodos!
El tren parte. Dos estaciones después, y grata es mi sorpresa al ver que la tercera señora húngara que se sienta a mi lado es, también, muy amable. Por supuesto que no entendí una palabra de lo que dijo, pero pude darme cuenta que estaba muy agradecida después de haberla ayudado con su maleta. O al menos es lo que quise pensar que es lo que me dijo.
Remarco aquí, algo interesante, muchas personas tienen la percepción de que el húngaro, en general, es muy frío y distante. No voy a negar, que muchas veces los latinos somos más afables con cómo interactuamos con otros, pero hay que entender que son culturas diferentes. Ahora, la verdad, lo que pienso es que los expatriados que residen en Hungría, muchas veces empiezan con el pie izquierdo, esperando ese trato del local, y por consiguiente empiezan –sin darse cuenta- con el mismo trato que no quieren recibir, lo cual genera un círculo vicioso de poca simpatía.
Llegamos a nuestra estación final. Un edificio mucho más limpio y moderno que el pude observar en Budapest. Hasta el clima está más chévere. No está nublado como en Budapest, hay bastante sol fuera, pero no es de ese sol que sientes que te quema y cocina la piel, pero de ése que te dice: Opa, a disfrutar el calorcito, el verano está llegando.
La familia de nuestro amigo nos espera fuera de ella, nos observan con una gran sonrisa. Son Ernő y Eszter, o a quienes ahora llamaremos, Ernesto y Ester, para recordar más fácil sus nombres. Nos presentamos, llega mi turno. Preparo, una de las frases que sé en su lengua. Szia, Remi vagyok. Hola, soy Remi. Ester me mira, mira a Daniel, y le pregunta ¿Es éste el que sabe decir “Carnecita” en húngaro? O al menos eso fue lo que comprendí. Mis vagas habilidades han llegado a esta parte oeste del país. Me da un beso en la mejilla y me abraza.
Vamos rumbo a su casa, ya en ella, conocimos sólo a dos de sus hermanos, uno de ellos no estaba por ahora en la ciudad. El hermano, nos recibe con una gran sonrisa mientras nos saluda, nos da la bienvenida en inglés, tiene 17 años, su nombre es Balázs. La hermana, por otro lado, empieza correr por todo el patio, está cubierta de cabello oscuro, tiene mucha fuerza, pero es muy amorosa, su nombre es Bella, fue recogida de un albergue para perros y no saben con exactitud si tiene 7 u 8 años. Ella es definitivamente parte de la familia.
Fin de semana INCREÍBLE.
Yo, con mucha suerte a veces pienso, he podido experimentar la calidez y amabilidad húngara a flor de piel. Con amigos del trabajo, pero en esta específica oportunidad, la gran familia de mi amigo. Gran, y no solamente en número, pero también en capacidad de ofrecer y repartir cariño. Desde momentos como jugar play station, cartas, ver un partido del mundial, ver una carrera de Fórmula 1 –todavía no entiendo estas carreras, pero al menos pude ver una-, pasear al lado del lago, tener una sesión de modelaje improvisada, comer parrilla, un goulash y panqueques, hasta el hecho de ver una madre llorar al nosotros partir de regreso a donde vivimos y trabajamos, entiendo que la intensidad de sentimientos y la sensación de estar en familia (la nostalgia que se puede llegar a sentir al experimentarla de nuevo) es la misma en cualquier parte del mundo.
Está en nosotros, el abrirnos y el dejarnos llevar, para poder conectarnos a los demás y disfrutar a quien tengamos la suerte de tener cerca donde sea que vivamos.